Al salir de clase, me crucé por el pasillo con alguien a quien le compré una cosa recientemente en el ilustre mercado de segunda mano, y le saludé con un enérgico «hola» creyendo que se acordaría de mi y también, por educación.
Ni me reconoció y sudó completamente.
Situaciones así me llevan a preguntarme si merece la pena esforzarse por los demás. Y mi conclusión siempre acaba siendo la misma: no. Vivimos una época en que alguien puede ser un conocido un día y al siguiente ni acordarse de ti; vivimos en una sociedad en que un día le decimos te quiero a alguien, y al día siguiente ese persona que tanto estimamos ya nunca nos vuelve a dirigir la palabra o nos trata como miserable basura.
Hace ya tiempo que dejé de esforzarme por los demás, y cada día que pasa menos ganas tengo. La humanidad, especialmente la de este sociedad en la que vivo, vive en una inmunda pérdida de valores. Y me vuelvo más misántropo, pero sobretodo más misógino.
Deja de hacer lo que estabas haciendo, y te volveras como ellos, no crees?
Eso mismo creo que me diría Kant. Y por eso no caigo en el error de hacer lo mismo. Pero donde no soy bien recibido, me ahorro poner de mi parte. Si me quieren, pues aquí estoy; aunque ya sé que seguirá siendo inútil.